sábado, 26 de diciembre de 2009

Son otros tiempos



El humo se ha escapado desde la cocina y ha invadido toda la casa; llega también a mi refugio –mi estudio- mientras pretendo un período señalado del año en tranquilidad de lectura y música. Huele a dulce, huele a Navidad.
Mi mente no puede establecer un orden en todas las imágenes que van brotando de navidades pasadas; y se mezclan las nostalgias infantiles personales con las horas dedicadas después, en las mismas fechas, a tus hijos pretendiendo darles felicidad en lugar de dejarles ser felices. Y analizas la tremenda diferencia producida entre tu juventud y la tus hijos; el contraste de, posiblemente sin saberlo, antaño transmitir la felicidad sin dinero, y ahora intentar comprarla.

Esos amarguillos y coquitos que se han cocido en el horno de una cocina eléctrica no son iguales que aquellas magdalenas y pastas con grasa de cerdo que se fabricaban en el fogón de la cocina económica, pero mantienen el cariño de su elaboración.
Aquel tren de cuerda que te embelesaba mientras lo mirabas en el escaparate y que te obligaba a paseos y ratos de ilusión mientras mirabas a través del cristal de la tienda, y que sería el juguete primordial en tu carta a la Reyes Magos que sin embargo Sus Majestades siempre olvidaban, hoy lo superan reproducciones móviles con mandos a distancia o maquinitas con mil juegos para uso individual, que aíslan, y un sinfín de monstruos que terminan amontonados en el armario donde están olvidados los de año anterior.

Ya no hay brisca ni filandón porque la “caja tonta”, los mil canales de televisión ya te han sustituido en el envite del “tute subastao”, y la conversación calmada de sobremesa la desplaza una superproducción, que interrumpen con el recuerdo machacón que te incita a más compra, a más gasto, a que “seas más feliz”.

Concluyes que, en este “son otros tiempos”, no eres dichoso porque no sigues el dictado o la rueda establecida, que estás fuera del sistema de comprar la felicidad. Pero no te deprimes: Te pertrechas para el frío, sales a la calle en busca de contracorriente de compras y recorres callejuelas sin luces de neón ni agobios de transeúntes mientras suenan en tus “pinganillos” el “Christmas Oratorio” de Bach.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Cartero Rural



Fue un pequeño cuadro con escena de campo veraniego en siega y acarreo de mies, una miniatura que estaba colgada en aquel enorme portal -mitad zaguán, mitad patio- de un no menos gran caserón, el que transportó mis recuerdos a aquellas vacaciones infantiles en Villatriz reviviendo rincones, tipos y escenas en blanco y negro. Sentí una agradable nostalgia y quise soñar en color...
Pero Don Pedro, el cura, ya no espera en las mañanas de verano, después del “ite, missa est” y refugiado a la sombra de la parra que cubría la entrada de la casa rectoral, la llegada de Celestino, el Cartero. Todos los días Celestino, a lomos de su burra, con la boina calada hasta las cejas y la valija de cuero colgada en bandolera, le entregaba al reverendo con una pequeña venia las noticias urgentes del periódico de la provincia, aquél Diario que servía de guión para la tertulia con el veraneante capitalino y el veterinario.
Tampoco Dolores, la viuda de Inocencio, escudriña tras los amarillentos visillos de la ventana de la cocina la presencia de Celestino delatada por el sonido rítmico de las pisadas del cuadrúpedo; y es que para Dolores, aquel esperado sobre con caligráfica dirección filial y matasellos alemán, suponía frustración si la burra no se detenía o ilusión si oía a Fidel gritar su nombre.

Hoy, Don Pedro recorre con prisa los titulares de prensa en la Residencia clerical y capitalina, y reparte cuatro misas dominicales para vivos y difuntos en pueblos del alfoz. Ya no hay escuela; y en el Camposanto, cerca de la tumba de Dolores e Inocencio está la de Celestino.
Pero en Villatriz los veranos se siguen vistiendo de amarillo y los inviernos, a veces, de blanco.
Ahora es Miguel, “Miguel el Cartero”, quien llega todos los días en coche desde la capital con el periódico para Don Arturo, el jubilado de banca que inmigró para intentar recordar en cada rincón de Villatriz una infancia feliz. Y Teresa, como Dolores, también espera con ilusión las noticias de su hija becaria en Erasmus francés; y para Gumersindo las revistas del campo y la publicidad de maquinaria agrícola y de piensos enriquecidos...
Hoy en Villatriz no se oye la cornamusa, ni el sonido rítmico de los trancos de la burra de Celestino; pero para Arturo, Teresa y Gumersindo el rugido diesel del coche de “Miguel el Cartero” les anuncia la visita diaria de las noticias urgentes sin prisas, la esperanza del sobre con matasello francés o los nuevos precios de los piensos.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Hacerse el tonto o ser tonto




“Pan y circo”, le contestaba entre escéptico y cabreado a un amigo, “y he perdido la fe”.
“O sea, que te has hecho agnóstico, ateo”, me respondió.
A lo que, empleando la ironía, le recité la definición del catecismo del Padre Astete: “La fe es creer aquello que no vimos” y mi ateismo viene dado por lo contrario, por comprobar que es un error lo que creía.

Confías tu deseo político-social, tu voto en personas que deciden por ti y marcan las normas de convivencia; pero compruebas que invocan al pragmatismo político para demostrarte el poder que les has conferido. Primero ese Poder lo asientan personalmente y exhiben, y a continuación aplican el catecismo de Maquiavelo intentando vender que cualquier medio que se utilice está justificado si se llega a conseguir su objetivo -no el tuyo- final: continuar.

Y no importan ni vidas, ni haciendas, ni conciencias.
Y ejecutan, dan pábulo y apoyan más “Pan y circo”.
Y siembran migajas entre los escasos administrando el “tírame pan y llámame perro”.
Y conjugan escrúpulos crematísticos con clérigos que alardean de enfrentamiento con el Poder por la moral y las buenas costumbres.
Y pactan por debajo del tapete componendas con adversarios para que no creen alarma social.
Y forman piña entre ellos tapándose las vergüenzas y enalteciendo logros.
Y manipulan.
Y conceptúan a sus ¿lacayos o administrados? como tontos, con falta de criterio para comprender sus desvelos y acciones encaminadas a conservar la suprema patria y socorrer con agasajos a los humildes.

Y no hay color, no hay colores: amarillo, rojo, azul, verde… “Todos a una…”