Deseabas
que llegara el fin del pasillo y yo no quería que tuviera final; querías refugiarte
en aquella habitación 346 del hospital para dejarte ir.
Y me
costaba entender tus no me pidas más ante
mis mensajes de ánimo, aún siendo conscientes de tu gravedad, porque recordaba otras batallas que habías ganado; aunque también comprendía tu
cansancio por muchos años de lucha por tu cuerpo con que la vida te había castigado.
¿Por qué?
Aquel ¿merecerá la pena? que planteaste a la
médico cuando te anunciaba poner tratamiento a la reactivación de un cáncer
cabrón que se había adueñado de tu cuerpo y que, como perro rabioso, había
mordido y no soltaba.
Me
planificabas tu futuro… tu entierro, sin boato; pero no pudiste evitar las
muestras de cariño que querían hacerte llegar todos los que se volcaron en
pasar unas últimas horas contigo acompañando a la madre, a la hermana, a la
amiga… Te querían, te quieren.
Esa foto…
Y ahora,
aquí, quedo yo… y el resto del mundo.
Conociste
mi afición por la música y no puedo por menos que escuchar a Bach “Ruth wohl, ihr heiligen gebeine” mientras
escribo estas letras que humedecen mis ojos.
Te quería,
te quiero Merce.