La silueta de la cuadrúpeda rompía para Fidel la monotonía y el encanto de la era, sentado en uno de los poyos colocados a la puerta de la
casa, mientras observaba el verde que traía la nueva primavera. La era había
sido testigo de muchas convivencias aldeanas en los periodos veraniegos de
recolección, de término de acarreos con centeno y trigo para la trilla; y
también de algunos montones preparados para desgranar, golpeando con un mazo de
madera, las alubias, los garbanzos y las lentejas que contribuían a la economía
de subsistencia en los hogares.
Aquella burra, casi tan grande
como un garañón, era un símbolo del saber y pensar rural; no por ella misma,
lógicamente, sino por la relación de dependencia de su amo, de Fidel.
Fidel era taciturno, callado,
morugo. Su aspecto físico y sus reflexiones podrían haber servido para
reinventar a Sancho Panza. Era pragmático y desconfiado. Ávido de lecturas,
devoraba cualquier papel impreso que pasaba por sus manos. Releía los
periódicos atrasados, pero actuales para él, que le había surtido Don Braulio, el cura, y que
amontonaba en un rincón del escaño en la
cocina. También escuchaba con atención las noticias que pregonaba la radio,
también en la cocina, colocada sobre una repisa vestida con puntillas, al lado
de la alacena; e increpaba y pedía silencio a los presentes para atender al
locutor que relataba en “El Parte” de Radio Nacional los aconteceres de la vida
que ocurrían a kilómetros de distancia. Aquellas noticias impresas y habladas, que
analizaba en su dimensión vital, en su entorno, constituían para él la base que
le llevaban a establecer unas observaciones muy subjetivas, pero que se volvían
objetivas valorando al escenario vital de Fidel.
Las horas que pasaba sentado en
el poyo, reposando su barbilla sobre las manos que sujetaban las cachas que le
ayudaban en su cojera, la boina caída
ligeramente sobre su frente y la mirada perdida viendo sin mirar la era con las
montañas en el horizonte, ambientaban su espacio para la reflexión.
Y Fidel sonreía picaronamente,
sin modificar su postura, cuando se acercaba el sobrino que llegaba de la
capital a saludarle y pretendía imitar su retranca con algún comentario de
actualidad, que era motivo para que Fidel comenzara a interrogarle sobre las
aconteceres capitalinos que contrastaba con las vivencias rurales y concluía que
no tenían atractivo suficiente para cambiar la comodidad del poyo rural por el
sillón capitalino, la era por cualquier plaza de la Capital o la burra por un automóvil.