sábado, 24 de enero de 2015

Filosofía rural.



La silueta de la cuadrúpeda rompía para Fidel la monotonía y el encanto de la era, sentado en  uno de los poyos colocados a la puerta de la casa, mientras observaba el verde que traía la nueva primavera. La era había sido testigo de muchas convivencias aldeanas en los periodos veraniegos de recolección, de término de acarreos con centeno y trigo para la trilla; y también de algunos montones preparados para desgranar, golpeando con un mazo de madera, las alubias, los garbanzos y las lentejas que contribuían a la economía de subsistencia en los hogares.

Aquella burra, casi tan grande como un garañón, era un símbolo del saber y pensar rural; no por ella misma, lógicamente, sino por la relación de dependencia de su amo, de Fidel.

Fidel era taciturno, callado, morugo. Su aspecto físico y sus reflexiones podrían haber servido para reinventar a Sancho Panza. Era pragmático y desconfiado. Ávido de lecturas, devoraba cualquier papel impreso que pasaba por sus manos. Releía los periódicos atrasados, pero actuales para él,  que le había surtido Don Braulio, el cura, y que amontonaba en un rincón del  escaño en la cocina. También escuchaba con atención las noticias que pregonaba la radio, también en la cocina, colocada sobre una repisa vestida con puntillas, al lado de la alacena; e increpaba y pedía silencio a los presentes para atender al locutor que relataba en “El Parte” de Radio Nacional los aconteceres de la vida que ocurrían a kilómetros de distancia. Aquellas noticias impresas y habladas, que analizaba en su dimensión vital, en su entorno, constituían para él la base que le llevaban a establecer unas observaciones muy subjetivas, pero que se volvían objetivas valorando al escenario vital de Fidel.

Las horas que pasaba sentado en el poyo, reposando su barbilla sobre las manos que sujetaban las cachas que le ayudaban en su cojera,  la boina caída ligeramente sobre su frente y la mirada perdida viendo sin mirar la era con las montañas en el horizonte, ambientaban su espacio para la reflexión.


Y Fidel sonreía picaronamente, sin modificar su postura, cuando se acercaba el sobrino que llegaba de la capital a saludarle y pretendía imitar su retranca con algún comentario de actualidad, que era motivo para que Fidel comenzara a interrogarle sobre las aconteceres capitalinos que contrastaba con las vivencias rurales y concluía que no tenían atractivo suficiente para cambiar la comodidad del poyo rural por el sillón capitalino, la era por cualquier plaza de la Capital o la burra por un automóvil.


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