domingo, 18 de marzo de 2012

Esta ventana sigue teniendo vida



Me fascinan las ventanas y… también me inquietan.

Esos cuarterones servían ayer para abrir de par en par a la vida bulliciosa del corral con alegría en verano; y producían discreción y misterio desde afuera cuando permanecían cerrados en invierno.

No necesito un gran esfuerzo de concentración para imaginar, para que me cuenten la vida cotidiana del otro lado de la ventana; tampoco me cuesta adivinar el día a día de la vida que revivo a través de esos marcos y cuarterones desvencijados que antaño no podían separar la vida de la cocina de la del corral.

Hoy sus rendijas dejan entrever unas grandes zarzas que han sustituido a la amplia mesa de tabla de chopo, desgastada por las reiteradas fregaduras con estropajo y arena. Aquella mesa que hubiera podido relatar filandones nocturnos de los miembros de la casa con vecinos llegados para coordinar la trilla del día siguiente, el acarreo desde las parcelas de El Sapo; o llegados para pedir las alforjas en las que llevar al mercado de la Capital, a la Plaza Mayor, unos huevos, tres conejos, dos pichones y el serón con un trozo de hogaza que acompañe a un poco de chorizo, algo de tocino y el relleno que sobró del cocido de ayer.
Unos ladrillos y tejas ocupan el lugar que ocupaba el escaño que rodeaba casi todo el perímetro de la mesa. A la izquierda se encontraba la cocina económica con tres escudillas sobre la chapa que contenían las sopas de ajo picantes y condimentadas con unto, que daban vigor a los hombres de la casa para ir de madrugada a la siega y al acarreo de la mies que servía, en aquella economía de subsistencia, para el sustento familiar y para el trueque por algo de aceite y bacalao en algún ultramarino de la Capital.
Ya no merodean, entre las piernas de aquellos comensales del almuerzo, los gatos que anunciaban su presencia restregando el lomo contra los pantalones de pana. No está el porrón que propiciaba el último trago largo del vino, fermentado en la bodega cercana a la era, y que anunciaba el fin de una liturgia diaria que terminaba con el cigarrillo de picadura, que liaba con habilidad y esmero el patrón de la casa, y que prendía con alguna brizna que recogía con las tenazas del hornillo de la cocina.

Esta ventana sigue teniendo vida.

9 comentarios:

  1. Hola, Andrés:
    Esa hemina que hay debajo de la ventana que te fascina y te inquieta, pasó por muchas manos y llenó muchas fardelas antes de llegar ahí, donde ahora sirve de adorno. Tanto es así que tuvo que ser reforzada...
    La descripción es magnífica.
    Un abrazo.

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  2. Buenas noches nos de Dios.

    En mi tierra en vez de hemina se utiliza el celemín. Lo que no encuentro ni puedo relacionar es los de la fardela. Tal vez sea un costal.

    En todo caso, y dejando atrás el lado semántico del asunto, ya te tengo, Trapi, envidia además de la jubilación tan joven, por otra cosa: Lo bien que escribes.

    En cuanto a Mariano, además, la facilidad en la respuesta, porque también escribe muy bien. Su blog, y mucho más su obra lo dicen.

    Que os regalen mucho vuestros hijos. Os lo merecéis.

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  3. Hola, Antonio:
    En la comarca de La Carballeda zamorana, se utilizaba la hemina, que, como sabes, son 4 celemines. Creo que en tu pueblo no os queríais arriñonar..., jaja. Pregúntale a Centeno a ver lo que utilizaban en La Cepeda...
    En cuanto a las fardelas, sí, me refiero a los costales o sacos. La fardela es un lapsus donde se llevaba la merienda. En un saco normal, cabían seis heminas, o sea, 24 celemines. En una fardela cabía la fiambrera y los mendrugos de pan. Un abrazo

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  4. De todas formas, Andrés y Mariano, parecéis viejos utilizando un lenguaje preciso y precioso de un mundo al que tragó la trampa, cuando la industrialización, cuando las migraciones masivas campo-ciudad, cuando Europa nos universalizó...

    Que San José os llene, costaleros, la fardela con celemines de camisas, corbatas y cariños. Sobre todo, de cariños.

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  5. Hola, Javivi:
    Nuestro querido amigo Andrés sabe recrear perfectamente aquel mundo que perteneció a nuestros padres y se fue por la ventana de vida. Otros mundos le sucederán (ya le están sucediendo) y en todos ellos habrá una ventana que taparán también los espinos.
    ¿De qué hablarán nuestros hijos y nuestros nietos cuando recreen esta época nuestra?
    Sé que la pregunta no es apropiada para un historiador, sino para un futurólogo, pero ¿qué es un historiador, sino un futurólogo con las cartas marcadas? Usted disculpe, es broma. Tengo mucho respeto por los futurólogos, jaja…
    Me apetece mucho veros, señor, para besaros el colodrillo rosa...
    Te llamaré por teléfono, ya que tú no llamas.
    Felicidades, padrazo.

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  6. Precisamente me ha entrado hoy un correo de esos llorones, pero que viene muy al cuento.

    Copio y pego.

    Dos hombres, gravemente enfermos, compartían el mismo cuarto en un hospital.
    A uno de ellos lo hacían sentar una hora por día recostado en su respaldo para favorecer un drenaje. Su cama daba a la única ventana del cuarto. La cama del otro, en la otra extremidad quedaba al margen de toda posibilidad de ver hacia afuera.
    Los enfermos, tanto como podían, pasaban horas conversando desde sus camas, evocando sus familias, sus trabajos, sus amigos, sus viajes…
    Cuando sentaban al enfermo de la ventana en su cama, éste pasaba su hora de tratamiento describiendo a su compañero lo que veía al exterior. Había un hermoso bosque en donde frecuentemente se veían animales.
    Un lago en donde los cisnes nadaban y los niños entusiasmados hacían navegar sus barquitos a vela. Un césped y un jardín en donde se diría que las flores habían sido coloreadas por el arco iris. El enfermo del otro extremo del cuarto, desde hacía días había comenzado a vivir de nuevo a través de las animadas escenas descritas por su amigo de la ventana. Este le contaba que los jóvenes enamorados caminaban unidos por el brazo. Más lejos dos esposos se divertían con sus niños haciendo volar un barrilete.
    Y ahora, cosa inesperada, una banda de músicos uniformados con vivos colores pasaba a lo largo del lago atrayendo los paseantes. Claro que la ventana cerrada impedía a los enfermos oír la música. Lástima, pero evidentemente y a juzgar por el entusiasmo de la gente descrito por el relator, debían tocar muy bien. Mientras el hombre de la ventana describía las imágenes que desfilaban ante sus ojos, el otro cerraba los suyos e imaginaba las pintorescas escenas. Los días y las semanas pasaban, y cada día el hombre del fondo del cuarto esperaba con cierta ilusión las descripciones de su amigo.
    Una mañana, la enfermera llegó para lavar a los pacientes, y encontró con tristeza el cuerpo sin vida del enfermo de la ventana que se había ido paciblemente durante el sueño. Llamó a los dependientes del hospital para que retiraran el cuerpo.
    Tiempo después, y tan pronto como le pareció oportuno, el otro enfermo, no sin tristeza pidió a la enfermera si podía desplazarlo al lugar de la ventana. Esperaba ver por sus propios ojos las coloridas imágenes que durante tantos días su amigo le había transmitido.
    La enfermera, contenta de poder proporcionarle ese servicio, lo cambió de lugar, y en cuanto constató que el enfermo estaba cómodo lo dejó sólo.
    Lentamente éste se deslizó en su cama, hasta lograr incorporarse lo suficiente para mirar a través de la ventana. Pero para su inesperada sorpresa, delante de él y pocos metros hacia afuera, se interponía un enorme muro blanco.
    Contrariado, el enfermo preguntó más tarde a la enfermera, cuál razón habría llevado a su compañero fallecido a describirle tantas falsas escenas. “Imposible que las viera”, contestó la enfermera, su compañero era ciego, y evidentemente no podía ni siquiera ver el muro de enfrente. El inventó todo, porque seguramente deseaba comunicarle a usted la alegría de vivir.”
    Hacer felices a los otros es el secreto de la propia felicidad. La economía de la alegría es extraña.
    Un dolor compartido se reduce a la mitad, pero la felicidad compartida se multiplica al doble

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  7. Es un placer tener amigos que te estimulan con sus valoraciones, aunque la conclusión es que me satisface más el haber provocado un cambio de conocimientos de los que yo carecía: Que hemina se escribe con "h".
    Y te agradezco, Antonio, el "copio y pego" porque la conclusión es lo que me mueve a estos divertimentos míos: "Hacer felices a los otros es el secreto de la propia felicidad. La economía de la alegría es extraña.
    Un dolor compartido se reduce a la mitad, pero la felicidad compartida se multiplica al doble".
    Javier y Mariano conocen mi filosofía de que si con poner una letra tras otra hago a una sola persona feliz, es un pago enorme para mi.
    Un abrazo a todos.

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  8. Pues sí, si se ve mucho a través de esas rendijas de la ventana. Para eso estan: para ver el pasado reciente, que has descrito de maravilla, Andrés.
    Un abrazo,

    Blas (Viajero Insatisfecho).

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  9. Es un privilegio el recordar e imaginar, Blas; y envidio en muchas ocasiones a aquellos que tienen el hábito de escribir, de imaginar relatos y trasladarlos porque están viviendo dos veces.
    Un abrazo,

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