¿Me
acompañas al mercado?, preguntó la Asturianina, mi mujer, y asentí.
Después de una semana dedicado a mi profesión, en mi Banco,
entendí que podía disiparme un poco dedicando un día “a la bolsa”.
Hacía mucho tiempo que no me acercaba un sábado, día de
bullicio por la venta de productos de huertas rurales cercanas en la Plaza
Mayor, a comprar y a ver al paisanaje de los alrededores de León. Y, siendo
días previos a la Navidad, la algarabía de compra y venta estaba garantizada.
Era apetecible la oferta de acompañamiento.
Pero, efectivamente, los tiempos han cambiado: El paisaje y
el paisanaje no son lo mismo.
No estaban Julia, el tío Benito, Asterio o Dolores
plantados bajo los soportales, o en medio de la plaza con algún pavo, dos
conejos, un pollo, el cesto-maleta de mimbre donde transportaban los huevos
entre paja que amortiguara el trajín del viaje, y un serón lleno con unos pocos
kilos de garbanzos y alubias de la última cosecha en la Sobarriba.
- ¿Esas patatas?
- Son de huerta de Paradilla,- le contestaron a la
Asturianina, - y las escarolas, las lechugas…
Volví a
revivir en Villacil a tío Máximo, en la huerta de su casa con el traje de pana
oscuro, tocado con la boina que solamente se la quitaba para dormir, y el macho
dando vueltas a la noria en un viaje que se acababa cuando los canjilones habían
agotado el agua cristalina que iría regando unos surcos perfectamente alineados con
cebollas, pimientos, tomates, berzas… También el ciruelo de claudias, los perales de “ivierno”,
algún girasol, el nogal… Aquel Junio de mi niñez, aquella visita dominical a
los parientes…
Aún queda algún labriego, pero sin boina, pensé. Una visera
que anuncia una marca de gasolina era el tocado del campesino, que le podía
liberar más del frío que nos envolvía que del sol que un toldo de plástico
impedía que nos calentara.
Y por fin, una berza lombarda pesada aún en romana completó
la bolsa de viandas para unas fiestas cercanas y diferentes a tiempos pasados.
La añoranza es un tósigo, Andresito de mi vida. Voy a incrementar tu pena...
ResponderEliminarCon un abrazo
Mariano
...
Qué pena tengo en los ojos
de remirar tanta ausencia:
manales, zachos, traíllas,
bigornias, entalladeras...
Y en los olores del heno
¡qué pena!
Qué pena tengo más honda
en el hondón de la huerta:
tomates, habas, cebollas,
patatas, ajos, cerezas...
Qué pena y pena más grande.
¡Ay, ay, qué pena!
Del pozo que daba el agua,
del agua que era tan buena.
Y del caldero herrumbroso
que aún pende de la polea.
Mariano Estrada
Fragmento del poema ¡Qué pena!
Como refugio, Mariano, el recuerdo sí puede ser llegar a ser tósigo; pero si no lo desechas o destierras y lo vuelves a vivir, revives.
ResponderEliminarY son un prestigio para este pobre blog, que dejes unos versos, una huella de tu vida en él.
Hace años, no era la poesía mi predilección; quizá influyera la insistencia escolar en aprender de memoria para recitar.
Pero un regalo de recopilación que me hizo Victoriano Cremer, me reconcilió con ella; y disfrute de un tiempo sosegado mientras recorría sus versos.
Que seas –seáis- felices.