viernes, 19 de diciembre de 2008

¿Mercado navideño?, ya no.




¿Me acompañas al mercado?, preguntó la Asturianina, mi mujer, y asentí.

Después de una semana dedicado a mi profesión, en mi Banco, entendí que podía disiparme un poco dedicando un día “a la bolsa”.
Hacía mucho tiempo que no me acercaba un sábado, día de bullicio por la venta de productos de huertas rurales cercanas en la Plaza Mayor, a comprar y a ver al paisanaje de los alrededores de León. Y, siendo días previos a la Navidad, la algarabía de compra y venta estaba garantizada. Era apetecible la oferta de acompañamiento.

Pero, efectivamente, los tiempos han cambiado: El paisaje y el paisanaje no son lo mismo.
No estaban Julia, el tío Benito, Asterio o Dolores plantados bajo los soportales, o en medio de la plaza con algún pavo, dos conejos, un pollo, el cesto-maleta de mimbre donde transportaban los huevos entre paja que amortiguara el trajín del viaje, y un serón lleno con unos pocos kilos de garbanzos y alubias de la última cosecha en la Sobarriba.
- ¿Esas patatas?
- Son de huerta de Paradilla,- le contestaron a la Asturianina, - y las escarolas, las lechugas…

Volví a revivir en Villacil a tío Máximo, en la huerta de su casa con el traje de pana oscuro, tocado con la boina que solamente se la quitaba para dormir, y el macho dando vueltas a la noria en un viaje que se acababa cuando los canjilones habían agotado el agua cristalina que iría  regando unos surcos perfectamente alineados con cebollas, pimientos, tomates, berzas… También el ciruelo de claudias, los perales de “ivierno”, algún girasol, el nogal… Aquel Junio de mi niñez, aquella visita dominical a los parientes…

Aún queda algún labriego, pero sin boina, pensé. Una visera que anuncia una marca de gasolina era el tocado del campesino, que le podía liberar más del frío que nos envolvía que del sol que un toldo de plástico impedía que nos calentara.


Y por fin, una berza lombarda pesada aún en romana completó la bolsa de viandas para unas fiestas cercanas y diferentes a tiempos pasados.

2 comentarios:

  1. La añoranza es un tósigo, Andresito de mi vida. Voy a incrementar tu pena...

    Con un abrazo
    Mariano

    ...

    Qué pena tengo en los ojos
    de remirar tanta ausencia:
    manales, zachos, traíllas,
    bigornias, entalladeras...

    Y en los olores del heno
    ¡qué pena!

    Qué pena tengo más honda
    en el hondón de la huerta:
    tomates, habas, cebollas,
    patatas, ajos, cerezas...

    Qué pena y pena más grande.
    ¡Ay, ay, qué pena!

    Del pozo que daba el agua,
    del agua que era tan buena.
    Y del caldero herrumbroso
    que aún pende de la polea.

    Mariano Estrada
    Fragmento del poema ¡Qué pena!

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  2. Como refugio, Mariano, el recuerdo sí puede ser llegar a ser tósigo; pero si no lo desechas o destierras y lo vuelves a vivir, revives.

    Y son un prestigio para este pobre blog, que dejes unos versos, una huella de tu vida en él.

    Hace años, no era la poesía mi predilección; quizá influyera la insistencia escolar en aprender de memoria para recitar.
    Pero un regalo de recopilación que me hizo Victoriano Cremer, me reconcilió con ella; y disfrute de un tiempo sosegado mientras recorría sus versos.

    Que seas –seáis- felices.

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