miércoles, 5 de enero de 2011

El tren-correo León/Bilbao



Ya eran cerca de las nueve de la tarde. Solo faltaba la llegada de Ballesteros para cerrar la jornada laboral.
Ballesteros era menudo en altura y anchura, y se había embarcado en la compra de un piso en León que asustaba a los compañeros por su coste en ceros: ¡Quinientas mil pesetas!. Aquella aventura económica de vida, le obligaba a Ballesteros a “tirar patrás” en los quehaceres de funcionario de Correos y su especialidad de ambulante en el Correo León-Bilbao, en el Hullero.
La tartera con algún guiso del hogar, refinadamente envuelta con papel de una página del periódico -gratuito para Correos- de El Diario de León, le calmaba el hambre de un traqueteo que resultaba interminable. Y el mismo abrigo para festivos y laborales, que había cumplido también muchos trienios, casi tantos como los que Ballesteros tenía completados en el Cuerpo.
Después de doce horas de viaje saludando a los innumerables carteros del trayecto (San Feliz de Torío, Garrafe, Pedrún, Matallana, La Vecilla, Cistierna…Mataporquera… y Bilbao), buscaba refugio para el descanso en la Sala de Clasificación de Correos de Bilbao, acomodando sobre una mesa para la distribución una serie de sacas que le servían de colchón y manta, para amanecer al día siguiente y emprender el regreso a León.

Plácido era diferente, tanto en altura como en anchura. Había nacido en el Páramo, en Meizara. Y su gabardina debía haber completado (una vez que hice cuentas) el quinto trienio. En su alimentación de ambulante primaba su costumbre rural: Un buen trozo de chorizo que rezumaba grasa roja, algo de tocino de jamón, algunos tomates y cebollas en temporada, y una buena rebanada de hogaza. En el descanso nocturno ejercía más dispendio que Ballesteros porque dormía en la misma fonda donde dormían otros colegas que habían ajustado con la posadera un precio más ventajoso al no tener que cambiar las sábanas de unos para otros.
Y Placido también llegaba, en el regreso de Bilbao, en el Correo, sobre las nueve de la tarde y hacía la entrega de los documentos de la correspondencia en el Negociado de Certificados de la Jefatura Provincial de León. ¡Firma en barbecho!, decía siempre mientras sacaba de aquél maletín, que me recordaba a los que llevaban los médicos del Oeste y se veían en las películas, el libro de las Firma-registro de Entrega, un matasellos, el trozo de chorizo y la rebanada de hogaza sobrantes, “el mapón” donde se relacionaban los certificados y las sacas/despacho, una barra de lacre, un trozo de cuerda, algún precinto para las sacas de los paquetes…¡Firma en barbecho!, repetía.

Aquellos ambulantes en el Correo León-Bilbao, también hicieron muchos kilómetros de traqueteos interminables, de días de fríos intensos en los que las briquetas que les pasaba el maquinista y quemaban en la estufa del vagón-correo, apenas calentaba un ambiente en el que era imprescindible ajustarse bien la gabardina o el abrigo.

Eran aquellos años, existieron.