lunes, 14 de enero de 2013

Un cuadro para muchas historias.




Un cuadro del tío cura, de Cesar, que cuelga de una de las paredes del vestíbulo de casa de madre. El tío Cesar escribía, pero también dibujaba y pintaba. Y desde mi uso de razón ese cuadro ocupa el mismo espacio en la pared, y mil fantasías en sus torres y arcos han afanado mi mente durante años.
Pero también realidades.

Ico, de mediana estatura, muy callado, trasladaba con su presencia la fidelidad y sumisión a quienes abonaban su sustento por sacristán y campanero de la Catedral, a los miembros del Cabildo catedralicio.
Ico, encogido, con un abrigo que parecía grisáceo, de muchos años, con los bolsos algo raidos que refugiaban sus manos del frio de la madrugada leonesa, esperaba en el pequeño vestíbulo del edificio de Correos, aledaño a la Catedral, a que llegara la hora del repiqueteo de campanas.
Tenía Ico un ritmo muy equilibrado con las campanas: Una sonoridad triste para momentos de difuntos; acentos alegres, en sinfonía de muchos sonidos para días pascuales, de fiesta; y en Viernes Santo hacía sonar el carracón al paso de la Procesión del Entierro.
Posiblemente, Ico jamás pensó que aquel sonido atronador que producía con las distintas tonalidades de las campanas en la torre y se oía a kilómetros, era capaz de encoger o ensanchar el alma de quienes le oíamos. Yo imaginaba a Ico agarrando con sus manos varias cuerdas de badajos a la vez; incluso, según me contaban, atándose otra cuerda a la cintura si los muchos toques lo requerían.
He querido recordar muchas veces las notas, los sonidos que me despertaban en los primeros días de la Pascua Florida, del inicio de la primavera. Creo que la fonografía se hubiera enriquecido con aquellos sonidos que creaba Ico.

En León, en su Catedral, no se hubiera necesitado jamás un famoso jorobado porque estaba Ico.