sábado, 21 de noviembre de 2015

“Cualquier parecido con la realidad NO es pura coincidencia"





Era temprano y sonó el teléfono de la salita de estar. 

La noche y la madrugada para aquellos tres partidos políticos había sido intensa en reuniones, en incertidumbres de futuro por decidir el acceso al poder del Ayuntamiento. Buscar el cambio para un caciquismo provinciano en el que todo valía –“donde cada uno va a la suyo”, les habían dicho en un pleno- y arrebatar  el poder a los que pretendían mantener los privilegios ideológicos del dinero. El poder del Grupo Independiente durante los últimos años se jugaba mucho y no habían reparado en ofrecimientos al cargo recién elegido, al concejal, de un bastón de mando prioritario en el organigrama del poder y de dádivas económicas para que con su voto, lejos de su partido, “aportara estabilidad” a la Institución.

En aquella llamada telefónica se identificó Josemaria Aznar, el todopoderoso líder del partido, que diseñaba la necesidad de dar el gobierno municipal al Grupo Independiente que había ganado las elecciones, pero sin la mayoría absoluta. Sin embargo, JM encontró que su interlocutor era una voz femenina, la esposa del concejal elegido que le contestó que esas circunstancias las debía tratar con su marido que en esos momentos se encontraba dormido.
No cejó en sus pretensiones el todopoderoso líder del partido e intentó convencer a la esposa de la bondad del ofrecimiento para que el nuevo concejal se distanciara de la disciplina del partido y votara al grupo independiente. Estaba ofreciendo un seguro de futuro.


- Convéncele, os será muy beneficioso para los dos. Utiliza con él tus armas de mujer para persuadirle - propuso Aznar.

Volvió más tarde a sonar el teléfono y el nuevo concejal le planteó:

- Josemaria, dame una explicación para que vote al Grupo Independiente y me aparte de la postura del Partido.
- No te puedo decir nada. Debes votar para Alcalde al cabeza de lista del Grupo Independiente – decretó Aznar.
- Pero, una explicación que me…
- Por que te lo digo yo, porque eres el Secretario del Partido, por lealtad a mí, – concluyó Aznar.

El nuevo concejal  "se movió en la foto" y cavó su tumba política; pero el candidato  de la formación independiente no fue elegido Alcalde.




lunes, 9 de noviembre de 2015

No era ser agorero.



Eran aquellas reflexiones que hacía "El Cartero" en Comentario Semanal de Radio León... que pueden ser de hoy, aunque peor: Una Caja de Ahorros y Monte de Piedad esquilmada, una Diputación Provincial que desean cerrar... y unas nuevas elecciones...


"14 de enero de 2000


Viene cargado este 2000 -ya sin efectos de cambio de milenio- con fiestas navideñas casi olvidadas y cuesta de Enero... que cuesta.


No sabe el Cartero si han sido los Magos de Oriente quienes nos están obsequiando con noticias que deberían enmarcarse con recuadro de esquela: Somos la última provincia en desarrollo de esta España nuestra, y la primera por aumento de paro; perdemos población y, de los que quedamos, cada vez somos más los viejos porque nuestros hijos tienen que buscar una emigración no deseada.

La Universidad, que tanto nos costó conseguir a través de aquella Caja de Ahorros y Monte de Piedad de León, o lo que es lo mismo, con la participación de nuestros ahorros y de nuestra presión social, se encuentra discriminada en la financiación autonómica. La Diputación repite el presupuesto de 1998; es decir, ya del siglo pasado, y continua con dificultades financieras, mientras nuestros representantes públicos lo festejan con aplausos sordos en espera del óbito anunciado. ¿Qué político tendrá “el honor” de apagar la luz y cerrar el portón del Palacio de los Guzmanes? La historia nos recuerda que esta Institución construyó y mantuvo las carreteras de la provincia; procuró el desarrollo agrícola y ganadero; impulsó, sin tanta discusión de variantes, junto a la Diputación asturiana, la autopista de Campomanes; atendió la salud de miles de leoneses, desprotegidos de una Seguridad Social, en el Hospital Princesa Sofía; alentó y apoyó la instalación de industrias...

No quiere el Cartero que caigan en la tentación de pensar aquello de “cualquier tiempo pasado...”, pero con este invento autonómico, tiene la misma sensación de aquél que han casado por conveniencia y, además, le han metido a la suegra a organizar la casa.

También andan estos días los partidos enmarcando y adornando listas electorales; pero... para otra semana.

Sean felices."





jueves, 26 de febrero de 2015

Otra cerveza, por favor.


Entró abstraído con la música de Mark Knopfler que sonaba en sus pinganillos y vio inmediatamente aquella mesa con dos sillas vacías a la que se dirigió sin detener la mirada en quienes iban a compartir espacio con él durante… no tenía tiempo prefijado para  vivirlo.

En un acto reflejo, acostumbrado a hacerlo con frecuencia, se quitó los pinganillos  y, de píe con la mirada en el infinito, intentó adivinar las notas de la composición que llenaban el local. Dedujo que aquella melodía identificaba el estilo y talante de Haydn, aunque no acertaba a saber qué obra podía ser; pero tampoco le importaba.

Colocó el sombrero de paño gris, que delataba muchos inviernos vividos, en la silla vecina y dobló, más bien enroscó la bufanda que dejó caer sobre el sombrero. Con mucho cuidado, sin que tocara el suelo para no interrumpir con el ruido del arrastre el ambiente de silencio, colocó la silla a la distancia justa de la mesa que le permitiera escribir en aquellos folios que se dejaban ver en el bolso de la gabardina. Nunca se quitaba la gabardina que estaba dibujada con unas arrugas marcadas por muchos ratos de silla y con pátina en codos, mangas y cuello que revelaba un uso continuado.

Mientras le servían la habitual cerveza, desvió la vela que adornaba la mesa y le restaba sitio para colocar unos folios doblados que extrajo del bolso de la gabardina y los extendió sobre la misma con un suave prensado de sus manos para alisarlos.  Tomó un sorbo de cerveza y pasó la lengua por los labios para limpiar y saborear la espuma que había quedado en ellos. Detuvo brevemente la mirada en el folio escrito y levantó la vista hacia el techo para, seguidamente, pasar revista a toda la cafetería sin detenerse en ningún lugar especial.

Ahora sonaba “El invierno” de Las Cuatro Estaciones de Vivaldi… como aquel otro invierno de su niñez cuando iba montado en la yegua con Julia camino a Cil. Después de otro sábado de mercado en la Plaza Mayor, en el que Julia vendía unos huevos, conejos, pichones y algunos kilos de garbanzos, ya anocheciendo recogía y montaba en la yegua, que había quedado estabulada todo el día en casa de la señora Ricarda, después de haber colocado delicadamente en las alforjas dos botellas con aceite y un bacalao que había comprado en la tienda de ultramarinos cercana. Los trancos acompasados de la caballería le repercutían en las nalgas, al vestir pantalón corto, que rozaban con las alforjas y se le irritaban, y el tapabocas que abrigaba del relente y del frío que parecían caer de un cielo estrellado, le acompañaban en el camino para más aventuras en Cil: La llegada y entrada por el gran portalón que daba al corral y que iluminaba Delfino con un farol levantándolo por encima de la cara para evitar tropezar con el carro; la bienvenida con pequeños saltos de los perros, como invitándole a que bajara de la caballería; el mugir de las vacas en la cuadra y el silencio en la de las ovejas… El pequeño corredor sujetado por las columnas de madera que les servían a las vacas para restregarse el cuello; o las cajoneras colgadas en la pared que eran nido para las palomas... y los sacos vacíos y apilados en espera de utilizarse para llevar el trigo o el centeno al molino.

-          Otra cerveza? –le preguntó la camarera.
Levantó la cabeza que tenía inclinada sobre el papel y, aún abstraído, miró la copa vacía y el reloj de pié para comprobar la eternidad que había transcurrido y se dirigió a la camarera:

-          Otra cerveza, por favor.

sábado, 24 de enero de 2015

Filosofía rural.



La silueta de la cuadrúpeda rompía para Fidel la monotonía y el encanto de la era, sentado en  uno de los poyos colocados a la puerta de la casa, mientras observaba el verde que traía la nueva primavera. La era había sido testigo de muchas convivencias aldeanas en los periodos veraniegos de recolección, de término de acarreos con centeno y trigo para la trilla; y también de algunos montones preparados para desgranar, golpeando con un mazo de madera, las alubias, los garbanzos y las lentejas que contribuían a la economía de subsistencia en los hogares.

Aquella burra, casi tan grande como un garañón, era un símbolo del saber y pensar rural; no por ella misma, lógicamente, sino por la relación de dependencia de su amo, de Fidel.

Fidel era taciturno, callado, morugo. Su aspecto físico y sus reflexiones podrían haber servido para reinventar a Sancho Panza. Era pragmático y desconfiado. Ávido de lecturas, devoraba cualquier papel impreso que pasaba por sus manos. Releía los periódicos atrasados, pero actuales para él,  que le había surtido Don Braulio, el cura, y que amontonaba en un rincón del  escaño en la cocina. También escuchaba con atención las noticias que pregonaba la radio, también en la cocina, colocada sobre una repisa vestida con puntillas, al lado de la alacena; e increpaba y pedía silencio a los presentes para atender al locutor que relataba en “El Parte” de Radio Nacional los aconteceres de la vida que ocurrían a kilómetros de distancia. Aquellas noticias impresas y habladas, que analizaba en su dimensión vital, en su entorno, constituían para él la base que le llevaban a establecer unas observaciones muy subjetivas, pero que se volvían objetivas valorando al escenario vital de Fidel.

Las horas que pasaba sentado en el poyo, reposando su barbilla sobre las manos que sujetaban las cachas que le ayudaban en su cojera,  la boina caída ligeramente sobre su frente y la mirada perdida viendo sin mirar la era con las montañas en el horizonte, ambientaban su espacio para la reflexión.


Y Fidel sonreía picaronamente, sin modificar su postura, cuando se acercaba el sobrino que llegaba de la capital a saludarle y pretendía imitar su retranca con algún comentario de actualidad, que era motivo para que Fidel comenzara a interrogarle sobre las aconteceres capitalinos que contrastaba con las vivencias rurales y concluía que no tenían atractivo suficiente para cambiar la comodidad del poyo rural por el sillón capitalino, la era por cualquier plaza de la Capital o la burra por un automóvil.