Era esa tarde de domingo familiar que buscábamos mi mujer y yo para
disfrutar llevando a los hijos al Club, al Casino de León, para que jugaran con
los amigos mientras nosotros arreglábamos el mundo en amena charla con otros
matrimonios jóvenes. Los niños corrían por la terraza o se entretenían con
diferentes juegos en el local habilitado para ellos, mientras sus madres
conversaban sentadas en las mesas. Aquella tarde, yo comentaba
diferentes aspectos profesionales y sociales con un amigo en un extremo de la
barra de la cafetería. Había un ambiente sosegado, apurando las últimas horas
de asueto de un día festivo antes de volver a casa para bañar a los niños,
prepararles la cena y poder entrar en el relax antes de ir a dormir.
Pero algo pasaba porque la Cafetería quedó prácticamente en silencio. El
murmullo de las conversaciones cesó y las miradas se dirigían insistentemente
hacia la puerta de entrada. Yo, desde la esquina de la barra del bar, también
miré expectante ante la aparición de algo extraordinario que podía aparecer y
que presagiaban las miradas y algún cuchicheo de curiosidad. Mi rostro debió de
expresar un rictus de extrañeza y continué la charla con el amigo. Al tiempo,
dos personas entraron presurosas en el recinto y se dirigieron hacia las mesas
para informar de lo que ocurría.
Y fue Candelas, amiga y compañera de profesión de Merce, la que nos
interrumpió a mi amigo y a mí dándome un beso y anunciándome que llegaba José
María Aznar. Pero no fue solamente ella; algunos de los que se encontraban
sentados en las mesas o en la barra, también se acercaron y me demostraban su
amistad con abrazos ostensibles mientras aparecían por la puerta José
María Aznar, Presidente de la Junta y del partido Alianza Popular, con dos
acompañantes.
Me sentía abrumado por tanta expresión de cariño, de apoyo ostensible y me
faltaba espacio para corresponder a los besos y los abrazos.
Como si se tratara de un paseíllo en los toros, Aznar y los dos prebostes
del Partido que le acompañaban, un hombre y una mujer ya fallecidos, desfilaron
entre las mesas hasta la otra punta de la barra. No creo que Aznar me viera al
encontrarme tan rodeado de la gente que se había acercado hasta mí.
Mientras pedían y les servían las consumiciones, el hombre que acompañaba a
Aznar observaba el revuelo que había causado su llegada, quizás esperando que
alguien se acercara a saludar al Presidente; aunque la respuesta fue la misma
soledad con la que llegaron.
El ambiente se fue relajando y se volvió a las conversaciones
interrumpidas, y yo continuaba rodeado de cariños.
Aquellos tres espadas que habían hecho el paseíllo, comenzaron a charlar
sin reparar que cerca de ellos se encontraban dos personas que hicieron caso
omiso a los vecinos recién llegados, pero que su proximidad casi les tentaba a
entrar en su conversación. Porque el segundo espada, el varón que había
escudriñado cada rincón de la cafetería, quizás tratando de explicarle al líder
el por qué aquellos socios del Club estaban a mi alrededor, y ellos tres
seguían siendo tres, le manifestó
- Está ahí Trapiello.
La contestación del todopoderoso Aznar, imagino que con ese rictus tan
característico cuando está contrariado, le contestó:
- No le tengo miedo.
No era
la primera vez que estaba José María Aznar en el Club Casino de León.
Unos meses
antes, previo a las Elecciones Municipales y Autonómicas de 1987, yo le había
acompañado al Club para que el periodista Juan Pérez Chencho le hiciera una
entrevista. Ese mismo día acompañé a José Maria hasta la casa de Juan Morano,
el candidato independiente a Alcalde, para una charla que había concertado con
él, y que, por lo acontecido en las fechas posteriores, fue totalmente
diferente a la de Chencho. Yo no estuve presente, le esperé tomando un café en
la Cafetería Cantábrico; bueno, dos, porque debieron conversar mucho. Y es que
aquella candidatura Independiente competía al Ayuntamiento de León y no a la
Junta de Castilla y León; y José María Aznar y su partido AP se presentaban a
las dos elecciones. Es decir, existían unos votos perdidos de los electores independientes con fuerte base leonesista para la Junta, que solamente votaban a la
candidatura independiente al Ayuntamiento, y aquellos votos Aznar no los podían
desperdiciar. Porque para el entonces candidato a presidir la Junta de Castilla y
León, aquel voto leonesita le podían favorecer para conseguir ganar las
elecciones y ser el Presidente.
Insisto,
yo no estuve presente en la reunión entre Aznar y Morano; no soy notario de
aquella conversación; pero la imaginación hay veces que juega conmigo. En este
caso, por todas las circunstancias que rodearon aquellas elecciones, la novelo:
- Aznar:
Trabaja para que tus votos a la alcaldía se conviertan en votos a la Comunidad
para mí.
- Morano:
Garantízame que los concejales que salgan de AP en las municipales, me votarán
a mí para Alcalde.
Sondeos
serios para aquellas elecciones municipales y autonómicas no auguraban una victoria
clara para Morano a la alcaldía, ni a Aznar para la presidencia de la
Comunidad. La estrategia era perfecta para conseguir el poder. Los peones del
uno y del otro ya podían comenzar la Campaña Electoral.
Y recordé a Maquiavelo y su libro El Príncipe: Cualquier medio es
válido para conseguir el objetivo, el Poder.
José María Aznar era así; y en las relaciones con él había que tener presente que
tratabas con una persona soberbia, quizás para disimular su inseguridad, su
complejo social, y que manipulaba a quien pudiera con el fin de conseguir sus
fines personales.
Era
primeros de diciembre de 1987, y mi prioridad como concejal en el Ayuntamiento
de León, como Presidente del Servicio de Aguas y respaldado por todo el equipo
de gobierno del Pacto Cívico, era solucionar el problema de suministro de agua
a la Ciudad que, invariablemente, todos los años sufría restricciones en verano,
porque la aportación de la toma de agua del rio Torío en San Feliz y la cuota del
pantano Luna no eran suficientes.
- Eso se
soluciona con la construcción de tres artesianos más en terrenos municipales –
sentenció en varias ocasiones Juan Morano.
El
Ayuntamiento del Pacto Cívico había marcado un libro de ruta en la tramitación
de la Traída del Porma, que era un proyecto redactado por el Ministerio de
Obras Públicas y que recibió la Junta de Castilla y León cuando se constituyó
como Comunidad Autónoma, pero que dormía en algún cajón de la Consejería de
Fomento.
En
aquella tramitación del expediente para ponerlo en marcha, los técnicos de la
Consejería de Fomento debían emitir un informe preceptivo que permitiera llevar
a cabo las expropiaciones para unos treinta kilómetros de tubería, y la
realización del proyecto de las obras cuantificadas en cinco mil millones de
pesetas, que en su mayoría aportaba la Comunidad Económica Europea.
- Buenos
días, Presidente.
Aznar
levantó levemente la cabeza y masculló también un buenos días.
- Ya me
dijeron que venías a verme – continuó mientras firmaba unas tarjetas de
Navidad.
- Ya
sabes, José María, que estamos tramitando la construcción de la Traída de Aguas
del Porma y llevo esperando por el informe de la Consejería de Fomento desde
hace más de un mes.
- ¿Qué
vas a hacer con el pacto en el Ayuntamiento? ¿Seguirás apoyándolo? – contestó.
Eran
muchas las tarjetas de felicitación navideñas y continuaba firmándolas.
- José María, ya me llamaron ayer por teléfono, en cuanto se enteraron que venía, para
insinuarme que hablara contigo del Pacto Cívico del Ayuntamiento, y que podía rectificar; pero no
he venido a eso. Mira -continué-, vengo para decirte que quisiera, que el
informe que tiene que emitir la Junta, debe llegar al Ayuntamiento en el plazo
de una semana, porque si no tendré que convocar una rueda de prensa para
explicar por qué no continúan los trámites, por qué se ha estancado.
Levantó
nuevamente la cabeza de las tarjetas navideñas que seguía firmando y me lanzó
esa mirada encendida de reproche que yo ya estaba habituado a ver en él.
Descolgó el teléfono, marcó un número y
- Juanjo
(Juan José Lucas), va Trapiello a hablar contigo sobre el tema de la Traída de
Aguas del Porma.
- Vete a
ver a Juan José – me dijo mientras volvía a firmar tarjetas navideñas.
- Que
tengas buen día – le contesté mientras abandonaba el despacho.
Y aquel
informe llegó a los pocos de días de mi visita.