miércoles, 10 de junio de 2009

Muchas horas contadas.





Tener necesidad de expresarte, de contar cosas y enfrentarte a un folio en blanco, a la pantalla del ordenador, angustia.

Sin embargo reconforta, tranquiliza y valoras el tiempo y la soledad buscada mientras utilizas algo de lo más preciado en el hombre: La imaginación. Y pones una palabra tras otra, mientras te acompañan los compases de algún compositor ruso o centroeuropeo.
Recuerdas otros tiempos con memoria afectiva.

Evocas aquél salón en casa de la abuela, zona de paso y partidas de julepe en una gran mesa camilla con hogareño brasero en invierno, tapete y ceniceros que sus hijos se encargaban de atiborrar de colillas de cigarrillos, de tabaco de picadura, confeccionados primorosamente a mano. Aquella habitación de vivienda de capellanía incrustada en el enorme edificio del Hospicio, refugio obligado de un batallón de rapaces al cuidado de monjas con unas grandes cofias almidonadas.
Chavales con una infancia en comunidad obligada por vergüenzas sociales, perdonadas al haberles depositado en un torno hospiciano y discreto, que les había servido por unos instantes de cuna en el traspaso a las manos de alguna religiosa de turno.

En aquella estancia, colgado de una de sus paredes, un gran cuadro de la Familia Sagrada era el testigo de los innumerables nietos que visitaban con frecuencia a la abuela y al tío cura.
Y al lado de aquella pintura, el reloj que, en los silencios del cuarto, dejaba oír los segundos que marcaba el pequeño péndulo; y su carillón, que era cantarín y ágil anunciando las horas. Siempre, su última campanada dejaba suspendida durante unos segundos una resonancia en el ambiente que me envolvía.
Su mecánica, perfecta; sin embargo -me lo parecía- los tonos me sonaban distintos en verano, más alegres y ligeros, que en invierno, en el que sentía un ritmo más grave y lento.
Y las incrustaciones que adornaban el entorno de la esfera me recordaban los diferentes colores de los envoltorios de los caramelos con que nos obsequiaba el tío cura; en algunas ocasiones, aquellos embalajes no lograban impedir que restos de picadura de tabaco se unieran al dulce con el que habían compartido espacio en el bolso de su sotana.

Hoy, en una salita de caserón antiguo, este reloj continúa vivo, con más silencios, mimado por las manos de una hija de la abuela.

2 comentarios:

  1. Te acosan las nostalgias, Andrés. Pero tú puedes con ellas, las dominas, las encauzas y acabas metiéndolas en la Senda y tú sales del cuadro sin mancharte y con la cabeza bien alta.
    Entiendo tus angustias, pero queda patente tu liberación.
    Tienes una habilidad especial para describir ese mundo que ya no existe. Pero tú lo tienes muy vivo en la cabeza. Debes seguir contándonoslo.
    Un abrazo

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  2. Mariano querido, que sí existe ("describir ese mundo que ya no existe").
    Hoy he hecho paseo matinal a orillas del río Torío, adentrándome en una arboleda inmensa con innumerables pájaros que competían en trinos. Ese mundo me lo descubrieron en la infancia y sigue ahí. Y hoy lo he vivido dos veces: el de ayer y el de hoy.

    Besinos

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